“La Guardiana del Lago de Luz”
- El Rincón Mágico de Seladriel
- 19 may
- 3 Min. de lectura
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Cuentan que en un rincón olvidado entre mundos, existe un campo silencioso donde se alzan tres puertas: una roja como el fuego, una blanca como la luna y una morada como los sueños. Aquella que se atreve a elegir, despierta un sendero que sólo su alma puede reconocer.
Una mujer de ojos antiguos eligió la puerta roja. Al cruzarla, el campo se extendió ante ella como un suspiro abierto. A su izquierda, un árbol frondoso la observaba. Frente a ella, un espejo de cuerpo entero reflejaba algo más que una imagen: era su energía pura, su esencia luminosa. Una anciana vestida de gitana le hablaba al corazón:
“Mírate bien. Reconócete. Eres más de lo que crees.”
Al desaparecer el espejo, el cielo comenzó a teñirse de ocaso.
La tristeza la envolvió como un velo suave, y la anciana susurró:
“El ocaso es el umbral. Deja morir lo que ya cumplió su ciclo.”
La noche descendió con sus sombras y su silencio.
Las estrellas parpadeaban como testigos.
La anciana le dio una antorcha y señaló su pecho.
“Lleva esta llama adentro de ti. Ilumina tu propio andar.”
Así lo hizo.
Caminó entre sombras que no la tocaban, porque ya no le pertenecían.
Eran miedos viejos, memorias de otros tiempos.
Ella era ahora fuego vivo.
Atravesaron un bosque y llegaron a un lago. En la orilla, muchas versiones de sí misma —hombres y mujeres— sostenían cuencos con un líquido oscuro. Uno a uno lo vertieron en el agua.
La superficie se tornó densa y negra… pero en el centro del lago, una esfera de luz comenzó a girar, atrayendo todo ese peso ancestral.
El dolor fue transformado en un rayo que ascendía al universo.
La anciana habló con voz sabia:
“Mírate. Tú eres el hogar.”
La mujer entró desnuda al lago y se dejó envolver por la luz.
Se encogió en posición fetal y desde su pecho, hilos dorados conectaron a cada una de sus otras versiones.
Uno a uno, sus yos se convirtieron en pilares de luz que regresaban a la Fuente.
“No eres responsable de todos,” dijo la anciana. “Solo de honrar tu camino.”
Y la mujer, al soltar la culpa, sintió la paz.
Al salir del lago, el amanecer ya coloreaba el cielo.
En la otra orilla, alguien la esperaba…
pero la anciana tomó su mano y dijo:
“No mires atrás. Cuando esté listo, los caminos se unirán.”
La mujer asintió.
Ya no necesitaba certezas, ni finales.
Caminó con la luz en el pecho,
y supo que su verdadera misión era esta:
ser transmutadora.
Como la flor de loto,
nacida del barro,
portadora del sol.

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🌹 Gracias por leerme, por sentir conmigo y por honrar tu propia luz y sombra.
Con amor,
Melissa – Seladriel
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