✧ La Guardiana de la Cruz Orleada ✧

Dale Clic a la música, mientras me lees.

Una fábula entre mundos para las almas que recuerdan...

basada en un sueño de la autora.

Había una vez, en los confines de un mundo entre mundos, un cementerio gigantesco custodiado por muros que rozaban el cielo. No era un lugar de miedo, sino de memoria.

En sus entrañas subterráneas, había una oficina donde los vivos trabajaban con los muertos. Entre ellos estaba Selia, investigadora de almas perdidas, su labor era encontrar las causas de las muertes, pero también custodiar los portales invisibles.

Todo era tranquilo… hasta que llegó el cuerpo sin vida de un pitbull de mirada triste. Pronto, los muertos comenzaron a agitarse. Selia lo sintió primero al subir a la superficie. Algunos cuerpos se movían dentro de sus tumbas como si algo los estuviera llamando.

Volvió corriendo, tomó un hacha sagrada y preparó su espíritu. Entonces, el pitbull resucitó, no como antes, sino con la furia de un alma atrapada. Saltó sobre ella. La mordió en la pierna… pero no la hirió. Selia no dudó: le cortó la cabeza. No por odio, sino por compasión. Liberó su alma de la maldición.

Los muertos no les permitían salir, así que Selia y su equipo idearon un plan para escalar los muros y caminar por lo alto, como antiguos acróbatas entre los velos. Uno de ellos era un alma brillante de otro linaje, un hombre llamado Meir. Era judío, sí, pero más allá de eso, era su amigo, su compañero de travesía en ese mundo extraño. Selia lo miraba con la certeza de que allí había algo que iba más allá del tiempo.

***Mientras escalaban, ocurrieron fragmentos de realidad***

— Selia recordaba que su madre le había pedido un regalo para su padre, y visitó un almacén sin luz, donde casi no había ropa de hombre.

— En medio de la penumbra, una niña se probaba ropa frente a la caja.

— Selia no halló lo que buscaba, pero tomó una faldita en forma de top y pegó stickers infantiles en su brazo, como si necesitara recordar su inocencia para no olvidar su misión.

— Luego, vio un live de una tienda de cuarzos llamada “Gatiña Accesorios”, donde la dueña se quejaba de que la filmaban mal. Selia, con ternura, le sugirió usar toallitas desmaquillantes suaves. Incluso en medio del caos, su voz llevaba cuidado.

Y al final, cuando los muros cesaron de temblar, Selia y Meir llegaron a una plaza dentro del cementerio. Llovía. Se sentaron juntos. Detrás de ellos, una tumba olvidada, un ancestro de él. Y entonces, Selia hizo lo que su alma sabía desde antes de nacer.

Sacó una cruz orleada. No era cristiana. No era judía. Era más antigua. Tenía en su centro una espiral viva que danzaba: la espiral de la fuente. Y la ofreció a Meir.

— “Es tuya,” dijo. “Pero solo si la reconoces.”

Meir sonrió, sin comprender del todo, pero aceptó, y en ese gesto, el ciclo se cerró.

En lo invisible, Sekhmet rugía detrás de ella, orgullosa de su hija leona.

Y Bastet ronroneaba a su lado, sabiendo que había elegido el amor por encima del miedo.

Porque Selia no escapó del cementerio.

Lo transformó desde adentro y al hacerlo,

Renació como Guardiana de la Cruz Orleada.

Cierre para el alma

A quienes sienten que caminan entre tumbas emocionales,

que cargan símbolos que aún no comprenden,

o que han ofrecido su luz a quienes no siempre la ven:

No estás sola.

Estás despertando.

Y tu cruz —esa que parece una carga—

en realidad es una llave.

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Con amor,

Melissa – Seladriel